Estamos en una taberna orientada en el antiguo oeste americano. Vestimos revolver y sombrero, y nos deleitamos con la sensación que te queda después de haber tomado unos cuantos qüisquis. La mesa es redonda y nos acompañan los cuatro reyes más famosos de Francia con sus atavíos monárquicos y su corte al completo.
-Camarera, otro- dice una voz ebria que creo que es la mía.
Al cabo de cinco minutos se presenta ella con la botella y seis vasos. Deja los vasos sobre la mesa, los rellena y luego los reparte,como siempre, azarosamente. Antes de que vuelva a coger la botella yo me aferro a ella.
-No se la lleve, guapa.
-Entendido- responde ella sonriente, supongo que no debe estar acostumbrada a que le llamen guapa y no entiendo el porqué.
El rey de picas reparte las cartas violentamente como suele hacer. No le gusta lo que le ha tocado y decide retirarse a destruir ciudades con su ejército oscuro. Los demás seguimos jugando, sólo que ahora somos cinco.
Me levanto para estirar las piernas después de varias horas sentados y tambaleando me acerco al clavicordio. Me siento en el taburete y empiezo a tocar (taratara ta tara tan...). El rey de diamantes se levanta, invita a una ronda a todos los presentes y se marcha ya cansado de acumular ganancias. Quedeamos cuatro y media botella de güisqui escocés de 52 grados.
Hoy al rey de tréboles le ha abandonado la fortuna. Olvidó como se gana, como también olvidó el camino de vuelta a su castillo. Su reina decide que ya es suficiente por hoy, que el alcohol le sienta mal. Pide a dos de sus secuaces que le ayuden a levantar y que pidan una diligencia para volver al país de los leprechauns donde está su castillo de verano, con vistas al mar y todas esas pijerías que sólo se puede permitir un pequeño grupo de ciudadanos.
Y cada vez es más tarde y somos menos. El sol empieza a derramarse por el cielo empapado en gasolina y lo cubre de un color entre anaranjado y rojizo. Los caballos bostezan aburridos en la puerta mientras ven pasar bolas de heno danzando al son del viento que las guía. Seguimos ahí, cada vez más cansados de nuestros roles, de nuestras virtudes y los defectos de los demás.
El último rey de la baraja se levanta, cansado de tanto odio, saca el as de corazones de su manga y lo deja sobre la mesa. Se marcha sin decir nada, ni una sola palabra. ¿Somos para él desconocidos? La noche se lo lleva y nos deja sin ganas de hacer nada, sorprendidos y sin respuestas.
Fin
31 mayo 2010
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"La noche se lo lleva"...
ResponderEliminar¿Adónde? XD
Es broma, me ha gustado ;D
Positivamente conmovedor... Recuerdo galaxias perdidas eh, donde las frases no acaban, EH???
ResponderEliminartk