24 mayo 2010

Orgulloso de ser orgulloso

**Escrito hace una semana y media.

Vuelven a brotar las ideas. Ya sean tristes o alegres, vuelven a nacer, para morir aquí, entre estas líneas en tinta roja. Quizá algún día atraviesen la red y consigan que alguien sienta algo. No importa el qué, al final sólo quieres llegar a sentir, para, así, darte cuenta que sigues vivo y no eres otra pequeña parte del mobiliario.

Damas y caballeras les presento mi última actuación:


Tomás está en una sala de estar cualquiera de una residencia de estudiantes cualquiera, en una calle cualquiera de una ciudad cualquiera. Puestos a omitir lo irrelevante, no os diré que está ane un televisor, aunque sí contaré que la puerta sigue abierta. A veces es más fácil contarlo todo, así que volveré a empezar.

Y Tomás sigue ahí tumbado en una butaca de la sala de estar de una residencia de estudiantes que no es la suya. Tiene una pierna sobre el respaldo y la otra colgando por el reposabrazos, mientras su cabeza descansa en un cojín que ha improvisado con su sudadera. Está en frente al televisor, pero no lo mira, al menos no mira nada que pueda ver en él. Hace horas que observa los puntos grises, blancos y negros entrecruzarse en una interminable sinfonía. Parece que alguienolvidó este enero instalar un descodificador de TDT. Eso quizá influiría en que nadie se hubiera fijado en su presencia en aquel recóndito lugar, si no fuera por que hoy es el primer domingo de mayo, y Día de la Madre, y todos los estudiantes están en sus casas.

Ve sus ojos oscuros allá donde mira, que lo observan, que lo miran inquisitivamente como esperando a que haga algo. Entonces coge su teléfono y se queda mirando su nombre y el número que hay a continuación. Se ve tentado a llamarla. Apaga el movil. Esta vez no será. Y esta procesión se ha repetido cada cuarto de hora desde que se tumbó en esa butaca de esa sala de estar.

De súbito, su cuerpo se levanta ya cansado de los deseos de su mente. Empieza a dar vueltas a la habitación desorientado. Y así pasan las horas, o quizá unos pocos minutos...el tiempo es tan voluble. Entonces llega ella. Se detiene en el umbral de la puerta esperando a que él perciba su presencia. Lo mira sorprendida por su actuación, no entiende que hace en una residencia de estudiantes femenina ni como lo han dejado entrar. Él la ve y ella se decide a hablar.

-Hola Tomás- dice ella tímidamente.

-Hola Carla- responde el chico.

-¿Cómo estás? Hace dos semanas que no sé de ti.

-Ahh, bien. He estado ocupado, examenes y todo eso. Ya sabes...- respomde de improviso.

-¿Me has olvidado ya?

-Sí, por supuesto- dice él, orgulloso de su hazaña.

-Me alegro- suelta y rápidamente se girá y desaparece por donde a venido.

Se escuchan sollozos más allá de la puerta. En la sala de estar no se oye nada. Él llora en silencio, cree que así duele menos y sacia más. Él no sabe que hacer, lo intenta, pero no se le ocurre nada. Ella se ha hecho un ovillo y se ha escodido en un agujero debajo de las escaleras, ya sabe que no vale la pena pensar que debe hacer, llora sin más, sabe que no puede evitarlo. Pasan los minutos y todo sigue igual, él se ha sentado de nuevo en la butaca, con los codos sobre las rodillas y sujetando su cabeza entre las manos como un peso muerto. Ambos siguen llorando.

Nos dedicamos a complicarnos la vida a nosotros mismos. En realidad es todo tan fácil. La realidad supera a la ficción.

Él se levanta y se dirige en la misma dirección que Carla. Sigue oyendo sus sollozos, ahora un poco más calmados. Se limpia los ojos. Siente que el corazón le late rápido, tiene ganas de salir a dar un paseo y enseñar a todos lo grande y fuerte que es. Esta vez tampoco será, al menos para su corazón. Hoy no se va a pavonear delante de nadie. Siguiendo la respiración de Carla, Tomás se detiene al llegar a las escaleras. No la ve, pero sabe que anda por allí.

-¿Carla?

Se oye un sollozo algo alterado, está ahí, justo delante suyo, en la oscuridad. Se acerca despacio y sin hablar. Se sienta a su lado y la rodea entre sus brazos, le besa el pelo.

-Lo siento...- dice Tomás- Mentí, no te he olvidado, no puedo... Siempre estás ahí, en mi cabeza, mientras mi corazón suplica que te deje entrar. Lo siento...

Ahora la besa en la mejilla. Ya está más calmada. Apoya la cabeza en su hombro, se queda un raro parada y le besa debajo de la oreja.

-Gracias por venir- dice Carla.

-Gracias a ti por estar aquí.

Mayo 2010

1 comentario:

  1. Pues sí, nos complicamos la vida inútilmente, con lo simple que suele ser todo... Y muchas veces ni siquiera sabemos que es lo que queremos.

    Me ha gustado el texto :)

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