15 abril 2010

-¿Por qué lloras?- pregunta él.
-No sé...- responde ella entre sollozos.
-¿Cómo que no sabes?
-No sé...

Él le ofrece un kleenex.

-Gracias.- lo tira al suelo y sigue llorando.
-¿Pero...?
-¿De verdad... no sabes por qué lloro?- pregunta con voz entrecortada.
-Mmmm...No.
-Nunca me entenderás.

Ella se levanta y se marcha hacia la multitud para perderse en unos instantes por la plaza.

Uno menos y dos medios más. Todo son lamentos. El aire huele a miedo, a odio, a tristeza, aunque sobretodo a humedad. Odio recordar. Odio sentirme infeliz. Detesto verla pasar. Y su voz. No, su voz no, sólo sus palabras. Odio el día y la forma en que me di cuenta de que me había enamorado. Ahora estoy enfermo. Es una enfermedad con síntomas imprecisos. Diabólicos, para ser exacto. Ya no distingo hombre de demonio, ni ave de reptil, ni nada que los números no puedan predecir. Odio como me mira, y mirarla, tan lejos ella. Ya no puedo pisar los sitios que acostumbraba. Ya no. Doy vueltas y siempre estoy perdido, incluso antes de empezar a andar. Creo en el caos, lo que no sé es si él cree en mí.

08 abril 2010

Entre colillas

Ya es noche cerrada y la luna nueva brilla por su ausencia. A pesar del alumbrado, en la metrópolis se respira una atmósfera tétrica y sombría. Una neblina tenue recorre las avenidas, y por las calles sólo encuentras taxistas borrachos, infames y prostitutas.

Ahora ando por Provenza con dirección a las Ramblas buscando un último resquicio de vida. De vez en cuando, pasa algún coche deslumbrando mis pupilas dilatadas por la oscuridad. Se escuchan sirenas a lo lejos, ¿ a quién cojones le da por morirse a estas horas? Una lágrima pisa mi pie con tal vehemencia que parece de plomo. El otro se le acerca como intentando apartarla, pero no puede. Me quedo ahí palplantado, en medio de la acera, entre Aribau y las Ramblas, como un huérfano de casa bendecido con una pizca de pan.

Oigo una niña llorar en interminables sollozos. Su madre grita y luego también llora. Yo no hago nada. La madre, en su mejilla tiene un cardenal. Yo estoy tumbado en el suelo y las miro. La mitad de mi cara se baña en un charco eescarlata. Entre ellas y yo hay un cenicero hecho añicos también manchado de rojo. De pequeño me enseñaron que la violencia sólo engendraba más violencia, ¿por qué no lo aprendí?

Doy un paso más, pero mi cuerpo se siente muy pesado. Miro a mis pies y me doy cuenta que la lágrima que me cayó nunca fue una lágrima. Intento dar otro paso. Me siento mareado, lo veo todo borroso y me derrumbo sobre mis rodollas.

No pediré clemencia. No pediré perdón. Sé que no lo merezco. Ahora soy yo el que llora y nadie se da cuenta. Estoy enfermo. ¿Por qué a ella? ¿Por qué no se quejó? ¿Me temía? Definitivamente caigo al suelo. En mi rostro, la sancre se mezcla con las lágrimas y la suciedad en un tono oscuro. Malgasto mis últimos segundos de lucidez por miedo a recordar lo que veo. Al fin, abandono mi cuerpo y sigo mi camino por un sendero más liviano. Ya no encontraré ni un poco de vida, ya no.

La mitad de uno

Si yo fuera una mitad y mi otra mitad fuera la mitad de otra mitad, ¿qué mitad sería? Seguramente ese medio limón enmohecido que espera abandonado en la nevera a que alguien le de algún que otro uso. Pondría un anuncio en los clasificados," Medio limón busca media pera para amistad o lo que surja. Abstenerse con pH superior a ocho y medio". Pero las medias peras están muy solicitadas y suelen estar bien acompañadas. Nadie come sólo media pera teniéndola entera. Es posible que llamara media cebolla del sofrito de ayer o media manzana de la papilla del bebé, pero nunca media pera. Quizá una perita de San Juan fuera de temporada u otro medio limón igual que yo. Tampoco me importaría que llamara una lata de refresco de cola o de limón, aunque a mí el azúcar se me sube a la cabeza. En definitiva, todos sabemos que dos medios hacen uno y como no quiero llegar a ninguna parte, aquí termino.