25 agosto 2009

La noche


¡El tiempo pasa tan rápido! La noche envejece, per o las mentes se mantienen jóvenes.
Ahí estaba como cada madrugada, mirando las calles vacías desde mi ventana. Los grises se convertían en mis colores favoritos y venía a verme mi amiga melancolía.

Esa noche era distinta. Es cierto que todo era gris y triste, todavía lo recuerdo. Lo que de verdad sentía era arrepentimiento, la chica de la playa… Entonces pensaba en ello como en algo muy serio y me afligía. Estaba claro que era otra de mis niñerías, pero por aquellos tiempos aún no me había dado cuenta. No la conocía y lo sabía, aunque de amores platónicos el mundo está lleno, no suelen ser todos palpables.

Para sacármela de la cabeza decidí dar un paseo. Las calles se postraban desnudas ante mí. Hacía tiempo que los juerguistas habían regresado y los pubs, bares y tascas habían cerrado. Me encontré algún que otro gato callejero; me encantaban los gatos, con esa mirada que sólo un ser tan adorable y solitario puede tener.

Acercándome a la playa, decidí dar un paseo por la orilla. En otras circunstancias podría haber sido un momento mágico bajo el manto estrellado, pero, en esas, sólo era un momento. Pasé cerca de un grupo de chicos, aproximadamente de mi edad, que se daban un baño a la luz de la luna. No me preocupé mucho por ellos y, seguramente, ellos tampoco lo hicieran, Todavía me preguntaba de donde salía la obsesión por esa chica, cosa que impidió que dejara de andar.

Serían las cuatro de la mañana cuando las piernas empezaron a fallarme y en mi cabeza empezaron a haber más nubes que otra cosa. Volví a casa, seguí anotando en mi cuaderno y me marché a dormir.

23 agosto 2009


Y aquí estoy de nuevo, en el balcón disfrutando de la brisa marina y de la vista del inmenso azul. Sentado en una silla de plástico,típica de jardín, con una funda a rayas azules y blancas, con un cenicero en todo su esplendor y una cajetilla de éstas rellenas de muerte que está en las últimas.

En la playa, el sol ilumina los últimos días de verano junto a los jóvenes, jubilados y las pocas personas de mediana edad que se pueden permitir un mes de vacaciones. El mar está en calma pero, como es habitual, se puede oír el sonido del burbujeo de las olas al romper en la arena.

¿Qué hago? Nada, y me pregunto por qué mientras exhalo en un humeante suspiro algo de mi vida. No me agradan las masas, el sol da más calor del que ya tengo y el mar parece estar demasiado lejos como para decidir darse un baño. Y diréis: que aburrida forma de vida; no lo discreparé. Lo que no sabéis es lo que desestresan estos minutos de soledad, después de llevar un día entero aguantando un hermano prepotente que se cree mayor de lo que es, tres primas en la edad del pavo, un primo que debería trabajar en un circo y una prima de nueve años consentida. Y eso, sin tener en cuenta que todos ellos están bajo la atenta mirada, a veces vigilante y otras expectante, de sus madres. Esos seres dadores de vida que pueden ser tan extraños como sorprendentes.

Al final me he decidido por la tercera opción: darme un baño. La impotencia pudo con la vagancia y por eso aquí termino (otro grito en la cocina, están todos locos). ¿Insoportable? Ya contaré si sigo vivo.

Ojalá todos los problemas fueran así de simples.

Hasta la próxima.

12 agosto 2009

La Arena


"Mi sed, mi ansia sin limite, ¡mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito. "

Pablo Neruda, 20 Poemas de amor y una canción desesperada (fragmento poema 1)




El demiurgo me sorprendió un atardecer en el sofá pero, no quise soñar y desperté. Levanté los párpados para ver a la luna, en todo su esplendor, huir del sol. Dicen que todos los días empiezan así y yo no lo creía.

Era una mañana de verano y el silencio sólo era interrumpido por los gritos de las olas al desvanecerse en la arena. Me acerqué a saludarla y me senté a su lado. Estábamos ahí ella, el mar y yo. Llevaba mi cuaderno y empecé a escribir el fragmento que has leído. Me encantaba almacenar momentos, ahora solamente los recuerdo.

Perdí el mundo de vista durante horas. Sentía el cosquilleo de la arena entre mis dedos y el murmullo de la gente que pronto rompería mi letargo. Se hicieron las doce y la playa se asemejaba cada vez más al Portal del Ángel en rebajas, para gozo y disfrute de toda la família, desde niños hasta ancianos. Era lógico, estábamos en temporada alta y la zona en plena ebullición inmobiliaria, cualquier solar vacío se convertía rápidamente en un bloque de apartamentos, con o sin piscina, en los que se embutían familias enteras, incluyendo animales de compañía.

Como el patrón de un barco a la deriva me levanté y empecé a andar. Seguía el hilillo que dejan las olas en la orilla. Andaba dando tumbos, con la mirada perdida, unas deportivas negras en la mano derecha y un cuaderno en la otra. La gente no me miraba por eso. Supongo que mi indumentaria no era la adecuada y que la prueba de ello era la arena que se incrustaba entre los pliegues de mis pantalones vaqueros, pero eso no me importaba. Errante, era un vagabundo.

Entonces la vi. De rostro jovial, ojos color miel y labios voluptuosos. Su piel, teñida por el sol, era de un color marrón claro en concordancia con el de sus ojos y su cabello, también castaño, era liso y brillante, y bailaba siguiendo el ritmo del oleaje, siempre a manos del viento. Los desiertos no envidiarían su cuerpo, oculto bajo una camiseta de tirantes y la falda corta, ambas blancas. Con todo esto, ella era una chica normal, es cierto, pero esa sonrisa tan dulce no la había visto nunca antes.

No sé porque no me paré, aunque fuera para pedirle la hora, pero cuando me di cuenta ya estaba a más de diez metros de distancia.Puede que fuera el miedo a romper la ilusión que acababa de crear en esa chica o, simplemente, embelesamiento. Tenía el presentimiento, o quizá la esperanza, de que volvería a verla.

Tampoco recuerdo que pasó después, era tarde, y de un modo u otro llegué a casa. Llevaba los pantalones embarrados, los granos de arena se peleaban por abarcar la mayor parte posible de mi cuerpo, incluso el pelo. No me costó mucho decidir que necesitaba una ducha.

Introducción

Vivía a dos manzanas de mi casa, se llamaba Alexander Hoobs. Cabello castaño, ojos azules, un metro ochenta y cinco y de constitución atlética. Solía usar gafas de pasta un poco anticuadas y vestía ropa informal, pero con un toque de clase que sólo un británico empedernido podría tener. Decían que era un tipo raro y, de hecho, era escritor. Bueno, decía que lo era, o quizá que quería serlo. Al menos lo intentó; al leer su primer cuento pensé que nunca se había dicho una falacia más grande. Claro, escritor...

Nos conocimos por cuastiones de trabajo, pero no nos desviemos más del tema. No quería hablar del él, sinó de mí (Cuestiones del marketing). Mi nombre es Vincent Orezuela y soy atractivo, simpático y amable... No voy a perder más líneas en describirme, en definitiva, lo que todos suelen decir cuando se dedican a chatear. ¡Qué suerte que yo no mienta!

Escribí mi primera y última obra a los veintidós años. Entonces, un huracán con nombre fenenino, para no faltar a la costumbre, me arrebató la inspiración y con ella se marcharon mi empleo y mis amistades. Ahora soy profesor de literatura en un colegio público y mi nombre sólo desata la ira de algunos padres cuando su hijo es castigado y deben recogerlo a las diez de la noche en mi despacho.

Ésta es una nueva versión de la introducción de esa obra que pocas personas han leído y menos más de una vez.

Calafell, 8 de Agosto de 2009

01 agosto 2009

Alquimia

Texto sacado del baúl de los recuerdos: Emulando los antiguos alquimistas prosigo sus objetivos, para ser otro Rey Midas y convertir plomo en oro. A pesar de mis intentos, no es oro lo que encuentro y me reitero en su fracaso. Eso no es todo, creo que avanzo, no por la vía correcta, pero, como se suele decir, algo es algo. He descubierto que todo lo que toco se convierte en basura, enseres inservibles que, de hecho, no se pueden ni reciclar. Seguro que a más de uno le ha pasado, pero todavía no termino. A veces, si me concentro mucho, he conseguido hallar otro fenómeno, sino más sorprendente, sí más inusual. Es algo nunca visto y cuando ocurre tampoco ves nada. Se trata, simplemente, de desaparición, aunque mi afán científico lo quiere llamar combustión espontánea. A los que leyeron hasta aquí ya les anuncio que no se trata de un truco, no soy prestidigitador, es algo extraño, aunque completamente cierto. Tampoco se trata de un descuido ni cuentos de borracho, es lógico que lo piensen, pues yo también lo hice. Para demostrarlo intenté hacer desaparecer mi coche, los que me conozcan lo podrán confirmar: ya no tengo coche. Seguía incrédulo y mis investigaciones me llevaron a objetivos de mayor tamaño, por suerte no me pasó por la cabeza probarlo con nada vivo. Finalmente, lo probé con mi querida casa, y sólo puedo decir que si alguien la encuentra que me avise. Esta historia no tiene sentido alguno, pero debía ingeniar alguna forma de explicar a amigos y familiares por qué estoy escribiéndoles este texto en papel higiénico y hace una semana que duermo tumbado al lado de un cajero automático, siempre y cuando no se me adelanten los demás indigentes de la zona. En fin, me limito a comunicar lo sucedido por si alguien se ha encontrado (o perdido) en la misma situación. Sin más dilación me despido de ustedes y les ruego que me informen de algún suceso similar.