
"Mi sed, mi ansia sin limite, ¡mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito. "
Pablo Neruda, 20 Poemas de amor y una canción desesperada (fragmento poema 1)
El demiurgo me sorprendió un atardecer en el sofá pero, no quise soñar y desperté. Levanté los párpados para ver a la luna, en todo su esplendor, huir del sol. Dicen que todos los días empiezan así y yo no lo creía.
Era una mañana de verano y el silencio sólo era interrumpido por los gritos de las olas al desvanecerse en la arena. Me acerqué a saludarla y me senté a su lado. Estábamos ahí ella, el mar y yo. Llevaba mi cuaderno y empecé a escribir el fragmento que has leído. Me encantaba almacenar momentos, ahora solamente los recuerdo.
Perdí el mundo de vista durante horas. Sentía el cosquilleo de la arena entre mis dedos y el murmullo de la gente que pronto rompería mi letargo. Se hicieron las doce y la playa se asemejaba cada vez más al Portal del Ángel en rebajas, para gozo y disfrute de toda la família, desde niños hasta ancianos. Era lógico, estábamos en temporada alta y la zona en plena ebullición inmobiliaria, cualquier solar vacío se convertía rápidamente en un bloque de apartamentos, con o sin piscina, en los que se embutían familias enteras, incluyendo animales de compañía.
Como el patrón de un barco a la deriva me levanté y empecé a andar. Seguía el hilillo que dejan las olas en la orilla. Andaba dando tumbos, con la mirada perdida, unas deportivas negras en la mano derecha y un cuaderno en la otra. La gente no me miraba por eso. Supongo que mi indumentaria no era la adecuada y que la prueba de ello era la arena que se incrustaba entre los pliegues de mis pantalones vaqueros, pero eso no me importaba. Errante, era un vagabundo.
Entonces la vi. De rostro jovial, ojos color miel y labios voluptuosos. Su piel, teñida por el sol, era de un color marrón claro en concordancia con el de sus ojos y su cabello, también castaño, era liso y brillante, y bailaba siguiendo el ritmo del oleaje, siempre a manos del viento. Los desiertos no envidiarían su cuerpo, oculto bajo una camiseta de tirantes y la falda corta, ambas blancas. Con todo esto, ella era una chica normal, es cierto, pero esa sonrisa tan dulce no la había visto nunca antes.
No sé porque no me paré, aunque fuera para pedirle la hora, pero cuando me di cuenta ya estaba a más de diez metros de distancia.Puede que fuera el miedo a romper la ilusión que acababa de crear en esa chica o, simplemente, embelesamiento. Tenía el presentimiento, o quizá la esperanza, de que volvería a verla.
Tampoco recuerdo que pasó después, era tarde, y de un modo u otro llegué a casa. Llevaba los pantalones embarrados, los granos de arena se peleaban por abarcar la mayor parte posible de mi cuerpo, incluso el pelo. No me costó mucho decidir que necesitaba una ducha.
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